I
No cabe duda,
pertenezco a lo que el destino
me ofrece como suerte.
Estoy condicionado por el color de mi piel.
He visto estrellas pasar
sin otro nombre
en el recuerdo, que mi nombre,
sin hombre.
Dejando estelas siderales,
blancas y lácteas,
que se apagan,
como las ramas enfermas del árbol de la vida.
Semillas caídas sobre suelo baldío.
II
Caldo de cultivo inerte,
el viento discreto lleva sonidos
que no son palabra,
que no son mi suerte.
Todos los rincones
habitan las sombras.
La nave se mueve,
corazones de intactas ilusiones.
Intentar buscar sentido
a lo que simplemente no lo tiene,
somos hombres no reconocidos,
nos llaman sin papeles.
Papeles abriendo sus calles de selva de hierro.
III
Hierro en los muros,
barro de este barro,
en la frontera
cientos de cayucos rumbo a la quimera.
Se detiene la nave,
Se silencian los motores,
cayuco a la deriva,
sin velas que el viento sople.
Hombres solos
en medio de lo inmenso,
mi pensamiento en la patera,
cayuco que náufraga,
enviando mis sueños a las fauces de Nada.
IV
En la Nada estoy,
en ella habito
por la ajena voluntad de una quimera
que se hundió en el mar.
En la memoria una sala vacía,
blanca y desierta,
en ella otros como yo
habitando en la Nada.
Siento mis miembros,
cuerpo, formas y grasas,
huesos, y piel, piel, y
huesos, óseas regiones desapareciendo.
Un dolor profundo, inevitable, eterno, intenso, ahora me conmueve.
V
Sueño con occidente,
naufrago en este mar.
Salvado del naufragio,
intrépido cruzo calles.
Aligero mis pasos,
tras ellos otros pasos;
en las esquinas de las avenidas,
se reúnen cientos de marginados.
En los barrios periféricos
la desesperación de jóvenes desterrados
incendia coches.
Del libro 13 náufragos de
SALVADOR MORENO VALENCIA
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