viernes, 29 de junio de 2012

A LA VEJEZ…


Quién me iba a decir a mí, que con mi edad, me encontraría en esta situación.
Cada día, me levanto pronto. A mis años ya no aguanto mucho rato en la cama, así que bajo a dar un paseo por el parque y a media mañana me acerco a la panadería de Ramón, compro dos barras y vuelvo a casa con mi Josefina.
Hoy me he fijado en unos chicos extranjeros que estaban esperando todos juntos vestidos con ropa de trabajo, ha llegado una furgoneta blanca y se han subido unos cuántos. Seguramente, irían a los campos cercanos, a echar la jornada por cuatro duros. Uno de ellos me ha llamado la atención más que los demás. Ya no solo porque su tez clara y su cabello rubio resaltara entre el resto de hombres, sino porque en cierto modo me recordaba a mí. Me ha hecho evocar aquellos tiempos, que ahora parecen tan lejanos, en los que tuve que dejar a mi mujer y a mis hijos, para viajar hasta Francia y trabajar en la vendimia. Fueron tiempos duros. Tal vez el esfuerzo fuera mayor los siguientes años de vuelta a España, faenando en la obra, pero al menos tenía la satisfacción de tener a mi familia cerca y eso paliaba todo el cansancio y las dolencias que pudieran aportarme las horas bajo el sol en verano o el aire frío que me cortaba la piel en invierno.
Ahora, echando la vista a tras, no puedo decir que todo ese esfuerzo no mereciera la pena, por lo menos pude alimentar a los críos y darles una buena educación. Siempre hice que mi esposa se sintiera orgullosa de mí. Lamentablemente y a tenor de las circunstancias que me rodean actualmente, no puedo evitar pensar que tal vez  pude hacer más.
Después de toda una vida de sacrificio y de dura batalla, me encuentro con una pensión que no cubre los gastos mínimos para darnos sustento y un cobijo digno a mí y a mi Josefa. El banco dice que hay mucha gente en nuestra misma situación, que no pueden hacer excepciones y que si no pagamos tendremos que dejar nuestra casa. Dejar mi hogar, dónde han crecido mis hijos, dónde hemos pasado la mayor parte de nuestra vida. Nuestros mejores y nuestros peores momentos. Yo, que siempre he cuidado de los demás, me veo ahora obligado a depender de mi descendencia para tener un techo bajo el que vivir.
Siempre había pensado que los años de la vejez serían los que podría dedicar a descansar, no que serían aquéllos en los que tendría más preocupaciones.

AZAHARA OLMEDA

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