Pues sí, es cierto: cometimos un pequeño fallo y, por consiguiente, la máquina que construimos no sirve para nada.
Ahora estoy viajando en el tiempo. Metido en esta cápsula, aislado del entorno -que está difuminado y paralizado como si el paisaje, convertido en una acuarela demencial, hubiese sido diluido- solo me queda la paciencia de los condenados.
La máquina del tiempo está trasladándome… pero al mismo segundo en el mismo segundo. Algo falló en su programación, o en su propia estructura mecánica, y se creó un bucle que hace imposible que el mecanismo se detenga, ya que cuando llega a ese segundo en el que la cápsula debería iluminarse y abrirse, vuelve a reanudarse el viaje a ese mismo segundo. El tiempo, a mi alrededor, debe seguir avanzando… o retrocediendo, y me es imposible salir de aquí porque los mecanismos de la máquina están fuera de control y desde el exterior es imposible su manejo. De hecho, para los que me observen, no seré más que una mera sombra, un fantasma, quizá incluso ni siquiera eso.
Será el viaje más largo, porque es infinito. La máquina, al estar anclada en ese segundo eterno, ni consume energía ni ocupa espacio. Es como si no existiese. Yo estoy en la misma situación, y mi organismo no necesita ni alimentos, ni bebida, ni aire siquiera. De hecho, si me araño o me hiero, sangro apenas un segundo antes de que la herida cicatrice y desaparezca sin dejar marca. Un segundo adelante, un segundo atrás.
Me queda ahogarme con el cinturón del pantalón… pero sé que resucitaré como Lázaro y volveré a estar contemplando ese paisaje desvaído delante de mis ojos… por los siglos de los siglos. Definitivamente, la máquina del tiempo no es sino la máquina de la eternidad… ¡Pero una eternidad de condena y desesperanza!
Francisco J. Segovia-Granada-
DE FACEBOOK - 6136 - HACE OCHO AÑOS
Hace 2 horas
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