Solía decirme durante las terapias que necesitaba beber sangre nueva por que la suya se estaba pudriendo. Yo lo que hacía era enviarle anti psicóticos más fuertes para aislar sus síntomas. Así funciona el sistema, metemos enfermos a tratamiento y en cuanto pintan medianamente bien los liberamos por lo costoso que resulta para el estado mantenerlos.
No es extraño que la policía me devuelva al poco tiempo a cualquiera de ellos; por hallarlos vagabundeando, o por que han recaído en sus crímenes. ¿Y que hago yo? Lo mismo, medicarlos y liberarlos cuando ya parecen otra vez “gente sana”.
En un año me lo devolvieron cinco veces. Siempre con la ropa manchada de sangre que no era suya y delirante. La última vez pese a sus veintitantos lucía como un anciano. Me dijo que ya no le era suficiente beber sangre, que se venia pudriendo mas aprisa y que sus intentos por detener el deterioro eran inútiles. Que debía saltar de beber sangre a ingerir órganos, por que se estaba desvaneciendo “Hay días que no logro ni mirarme las manos”. Mis reportes a la policía no omitían detalle alguno pero, nunca prestaron atención.
Tras dos meses de tratamiento lucía muy restablecido; sin embargo seguía diciéndome cosas como “Yo lo se, estoy desapareciendo”. Una mañana lo encontraron bañado en sangre, recostado junto al cuerpo de la enfermera nocturna. Lo metí a una celda de aislamiento. Esta vez la policía prestó atención. Me ordenaron tratarlo hasta mantenerlo estable. Llamé para que vinieran por él cuatro meses después. Enviaron cuatro guardias y dos camionetas por si oponía resistencia.
Cuando abrieron la puerta. No había nadie.
Lilymeth Mena Cruz(México)
Publicado en la revista digital Minatura 117
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