Por Juan Cervera Sanchís-México-
-¡Míralos!. ¡Míralos!
Ellos salían como a borbotones de la boca oscura y
maloliente del Metro.
Interminable cosecha de bípidos automatizados.
El loco, al verlos salir, en inacabable fila, gritaba
y gritaba, como un delirante y desesperado profeta,
en mitad del desierto:
-¡Míralos!, ¡Míralos!
En realidad gritaba y gritaba hacia dentro de sí mismo
con sus ojos desencajados.
Se trataba de un monólogo a mudos gritos con su sombra
y su asombro.
-¡Míralos!, ¡Míralos!
Luego, bajando la voz, reflexionaba susurrando:
-Sí, sí, sí. Claro que sí. Sí. No son más que coitos
precipitados, masturbaciones equívocas, hijos de
la improvisación y la irresponsabilidad. Impulsos
frustrados de la suma idiotez.
El loco callaba enfurecido. Ellos, los coitos
precipitados, continuaban precipitándose por la
oscura y maloliente estación del Metro, como una
plaga imposible de exterminar.
El loco, segundo tras segundo, se aterrorizaba más
y más.
El terror, ante aquella plaga de coitos precipitados,
lo hacía sentirse el más impotente de los seres
nacidos y por nacer.
Estaba consciente, en su locura, de que aquella
monstruosidad no tenía remedio.
Los coitos precipitados no cesaban de multiplicarse.
Comprendió, ante tan absurda realidad, que únicamente
tenía dos opciones: suicidarse o mezclarse entre los
coitos fingiendo ser uno más de ellos.
Optó por esto último, impulsado por el miedo a la
muerte más que por su dudoso amor a la vida.
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Hace 1 día
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