Fue una dulce matrona de conspicuos pudores,
un millón de rosarios, catecismos y opúsculos,
que condujo mi infancia, de rosados crepúsculos,
entre breves ternuras y cristianos ardores.
Sus virtudes forjaron conventuales rigores,
transformó sacrificios en empeños minúsculos,
y una fina pericia puso, a falta de músculos,
su endeblez a cubierto de mundanos dolores.
No royó la pobreza los estoicos cimientos
de su austero palacio de piedad y recato,
ni su fe vulneraron los más grandes momentos.
Fue severo su gesto y apacible su trato,
no aduló a los más grandes ni humilló a los pequeños
y entre eternos deberes se olvidó de sus sueños...
Raúl Alberto Rossi -Argentina-
Publicado en el blog deliteraturayalgomas
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