De trigo sarraceno
la tez de las muchachas.
El río adivinándose
más atrás de la siesta y el autobús
del agua.
El almidón tan blanco de las monjas
en vuelo de rosarios y la luna
abriendo el rosetón de cada iglesia.
Mi pequeña campana adormecida
despertando en la calle y en los libros.
La paleta de sombras y deseo
de otras tantas muchachas por los lienzos.
La albolafia y el vino.
El oro de las noches.
Perderse por el dédalo
de flores y de cal junto a otra boca.
Y el enjambre en las sienes del aroma
de cada mariposa entrecruzada,
igual que una pradera
repleta de memoria.
Yo no tuve jazmines
hasta llegar a Córdoba.
JUANA CASTRO -Villanueva de Córdoba-
Publicado en Luz Cultural
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