En ese beso que me diste
una nueva vida me brindaste,
y con el fúlgido palpitar de tu corazón,
con ese sublime acariciar,
el valle de la eternidad me entregaste.
En ese beso, con su mágico engaste,
la más sutil joya me otorgaste,
y con la delicadeza de tu despetalar,
con ese sublime arpegiar,
me concediste el despejado firmamento
de tu más bella pleamar,
de tu más sincero sentimiento.
Por todo esto, en mi recuerdo
para siempre permanecerás
y aunque tu ausencia sea eterna,
recibiré al evocarte
el néctar de los dioses;
tu esencia florecida
en la etérea primavera.
Enrique Osorio Beltrán -Colombia-
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