domingo, 25 de octubre de 2015

BAJO LA SÁBANA DE SATÍN


Bajo la fina sábana de satín, bajo la colcha gris, mis movimientos son torpes, perezosos, rezagados. Me desplazo de un lado al otro del cálido lecho mientras abrazo la almohada y la aprieto contra mi rostro, en un intento por prolongar una noche quizá demasiado corta, pero que acaso sea mi propio deseo por huir de ese mundo que me repudia y me rechaza, que me niega la dicha que a otros reserva, que me roba la ansiada calma.

Unos débiles rayos de luz se filtran por las rendijas de la persiana; desde la calle llegan rumores lejanos, gritos perdidos, risas vacías. Yo encojo el cuerpo; las rodillas y los codos se encuentran a la altura del pecho, mientras hundo con fuerza la cabeza en la almohada para no despertar, para no enfrentar el dolor de un nuevo día, una luz que me ciega, que lastima mis pupilas, que me abrasa el alma. Prefiero permanecer oculto en mi mundo de tinieblas, refugiado en mi recámara, a que el gran astro emprenda la retirada y se lleve consigo a las gentes que con su presencia me hostigan en medio del camino. Pues mi ser melancólico y desamparado necesita ahogar el llanto en la noche solitaria, en los paseos meditabundos por calles desoladas, mientras un viento frío y húmedo me azota las entrañas, a veces bajo una tímida lluvia, que cae suavemente del cielo ennegrecido, emulando las angustias que sacuden a mi espíritu, acaso con una luna llena que con sus glaucas mejillas me vigile, bien cómplice, bien burlona, desde el espacio infinito.

Ahí tendido me hundo en mis pensamientos, en mis sueños, en la desesperada búsqueda de un sentido, de una razón para seguir viviendo, para seguir respirando en esta existencia absurda que hace ya tiempo me robó la sonrisa y me sumergió en amargas lágrimas; que me resquebrajó el corazón y que enrojeció mis ojos. Esos ojos que se obstinan en permanecer cerrados, en sellar fuertemente los párpados para no ver esa realidad tan hostil.

Quisiera recuperar la ilusión, luchar por un objetivo, aparcar este simulacro de vida que me hace vegetar cada jornada, mientras a mi alrededor los demás se afanan por progresar, por construir una fortaleza de esperanza donde habitar, donde envejecer junto a sus seres amados y hallar el sueño eterno en medio de un trayecto apacible, sin percatarse del lento anochecer, del triste marchitar de sus flores; y así poder decir que han vivido cuando, ya amarillentas, exhalen su último suspiro.

Pero no puedo. Sacudido por la envidia, observo a los demás con el espíritu vacío, sin fuerzas para emprender un nuevo intento. Prefiero recostarme, hundirme debajo de mi sábana de satín, y esperar que pase el tiempo; que caiga el último grano de arena; que se corra el telón de esta fúnebre obra, y descansar en mi féretro.

JAVIER GARCÍA SÁNCHEZ

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