viernes, 23 de octubre de 2015

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El silencio más hondo que recordaba nunca,
quizá fuera pasado, prodigio en la memoria,
morada donde digo, junto a esta luz velada,
que no hay mayor derrota que la de consentir
al corazón la triste historia de sus días.
Retomar lo vivido sin dejarse atrapar
por el sosiego dulce y liviano del tiempo,
al compás de la hierba llovida, de los mirlos
alzados en las ramas, dóciles en su canto.
Pero ahora que antigua desnudo la pasión,
trazado en las ventanas el gesto de la luna
-en los labios la vida sin apenas nombrarla-,
tal vez me fuera lícita la frágil tentación
de hablar de aquel amor real y consentido,
rehecho sin premuras, dolido en su costumbre.
Volver al mediodía más hermoso en sus ojos
cosidos a un tranvía de una tarde en Lisboa,
asomados a un muro de tristeza y de viento,
sumidos en las calles de un verano escocés,
o niños de papel entre el Sur y sus olas.

Pues no era espejismo aquella transparencia,
sino dulce tibieza, huellas de un mismo cielo,
inevitable don que así nos conmovía.

Del libro “DEJAD QUE LA DISTANCIA SE DETENGA EN MIS OJOS” de Jorge de Arco -Madrid-
1º Premio, XIX Certamen de Poesía Searus, 1996

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