Ahora que quieren imponernos un nuevo monarca, a pesar de que se llenan la boca de palabras como “democracia”, “participación popular”, o “soberanía”, es importante e imprescindible preguntar a la ciudadanía por qué forma de estado apuesta. Lo demás serán imposiciones, que siguen manteniendo –cosa curiosa- los dos partidos que se han repartido el pastel desde el principio de esta democracia que se ha demostrado vacía de contenidos en esta época de crisis.
¿Por qué ser republicano y no monárquico?
Porque en una República sus habitantes son ciudadanos, no súbditos.
Porque a un presidente de la República se le elige libremente y por un mandato establecido y limitado, y si lo hace mal, pues se cambia con unas votaciones democráticas, sin tener que soportar sus defectos, carencias y arrogancia durante el resto de su vida.
Porque todos los ciudadanos son iguales, y nadie puede ser más que nadie solo por la herencia de la sangre.
Porque nadie ha de hacer genuflexiones ante nadie, ni exigir a otros que lo hagan.
Porque la “gracia de Dios” no es ningún argumento para ostentar una corona, ni ningún otro poder.
Porque la República es la verdadera herencia democrática, la heredera de la que los golpistas derribaron en 1939, y no debe nada a nadie salvo al pueblo, que la votó y la hizo posible. El régimen dictatorial que la sustituyó es quien impuso a su sucesor, un monarca hereditario.
Porque esta constitución, y esta monarquía, fueron votadas hace casi cuarenta años, y más de la mitad de la población no ejerció ese derecho, porque no tenía la edad o no había nacido. Es el momento de volver a someter a la soberanía nacional una decisión tan trascendental como continuar con la monarquía o instaurar la república.
Porque esta monarquía jamás se ha manifestado a favor de los trabajadores, ni ha criticado las políticas de recortes de los poderosos, ni ha dado ejemplo de austeridad y solidaridad para con el pueblo que dice representar.
Por esas, y otras muchas razones, o se es republicano o se es súbdito. A quien le apetezca besar manos, arrodillarse, o agachar la cerviz ante un señor cuyo único mérito es ser hijo de su padre, que defienda la monarquía. A los hombres y mujeres libres, sin embargo, esto no les vale.
Francisco J. Segovia -Granada-
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