Cayeron las ramas del olivo
sobre la fresca hierba.
Las verdes aceitunas rodaron
por el suelo llegando a mis pies.
Las dejé allí sobre la hierba
y coloqué las ramas en un rincón
del jardín para arrojarlas
más tarde a la chimenea.
Mi olivo viejo se rompía
y sus verdes olivas
inmaduras se caían
pudriéndose en la mojada hierba.
No quería cortarlo
porque a su sombra crecí
aunque verlo deshacerse
me rompía el corazón.
Tomé el hacha y corté,
con lágrimas en los ojos,
el viejo tronco del olivo.
Después una excavadora
arrancó las profundas raíces
y el olivo desapareció
para siempre de mi vida,
aunque su recuerdo permanecería.
JOSÉ LUIS RUBIO
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