Te has dado de bruces, sin quererlo,
con el remoto sueño pintado de verde
que ha rodado, juguetón, por la calle en cuesta.
Mira tu silueta incrédula, cargada de espaldas,
y escapa un chillido agudo que es risa,
que tiñe tu embeleso de filamentos rosas
y tu titubeo de baba ámbar cristalizada.
Al acercarte, las aceras se arquean,
las fachadas gotean lanudos cabellos bicolores
que te abanican con electricidad
y de las tiendas surgen gentes alborotadas
irradiando los ripios de la reina de la noche.
Tus espaldas, en ese compás de duda,
las cubren una monstruosa y expectante ola
que riza sus espumas al cielo verde
lloviéndote su cerco salitroso en la manga.
Indudablemente, te avanzas, sucumbes con agrado,
cierras los ojos, te abalanzas, te dejas,
y rompe un estallido multicolor y altisonante
que inunda, en cascada, cuesta abajo
y desborda el río que ladean los puentes
y se presta al bostezo de una alborada
que mancha soles y lunas al alimón.
MANUEL JESÚS GONZÁLEZ CARRASCO -Madrid-
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