miércoles, 19 de febrero de 2014

DEL PARO A "LES COMÉDIENS


Ser un DLD (Desempleado de larga duración) es algo duro y corrosivo que se instaura en tu vida hasta que confundes el horizonte con la puerta de tu casa, si es que has logrado salvarla de la quema. Primero el tiempo lo mides en semanas, luego en días, y acabas obsesionándote en minutos como si todos tus pensamientos tuvieran que filtrarse por esa situación de falta de trabajo que se da de bruces con posibles soluciones y voluntades gastadas. Tener todo el tiempo del mundo para hacer lo que quieras (así se encara el asunto en un principio) se vuelve contra ti mismo en el instante que la ausencia de dinero te limita a hacer mucho menos de lo que deseas sobrándote más tiempo del que tienes. Caminas una mañana con tu fajo de currículos bajo el brazo y terminas paseando por el parque, junto a jubilados o mendigos, pulsando ese silencio que te aleja del tráfago cosmopolita del que estás desheredado. Tienes que reeducarte, generalmente a base de la clásica bofetada o la contundente y más explícita patada en los cataplines, para conocer la mano que se te tiende sincera y desinteresada, enterrar palabras que te sonaron auténticas y necesarias para suplantarlas con verdadero material revestido de piel y corazón. Has descubierto una nueva escala de valores que ya no puede engañarte pues hacerlo, como ocurrió hasta entonces, molesta a quien te engañaba y, lógicamente, deja de tener sentido.

- ....al poder siempre le interesará que haya un porcentaje de desempleo que raye el límite que separa a la revolución. Así poseen trabajadores activos sumisos, temerosos de perder su puesto de trabajo y dispuestos a firmar contratos infames. Estamos inmersos en un pleno levantamiento del capital, Jesús.

Estoy en la sede de "Poetas Vertikales 21", en la rebotica de Ramón Ruiz y Sandra, tratando de maquetar en el pc mi próximo libro de poemas.

Frente a mí se ha sentado Ramón. Ha traído dos humeantes tés verdes haciendo un inciso en nuestros quehaceres.
- Ese límite -le digo- es una línea tan frágil y fina que pueden traspasarla casi sin darse cuenta.
- O dándose cuenta porque la opresión crea más opresión y da más expectativas. Se empieza por empobrecer a la clase media, retorcerle un poco el pescuezo para que sus esperanzas no sobrepasen lo que se espera de ella: el servilismo fiel, y puede terminarse en dejar sólo un grupúsculo ínfimo que no cubra las previsiones de consumo y laboriosidad. Las clases altas se atascarían con esa situación, sin embargo su ambición podría llevarles a ello.
- El conflicto de pobres contra ricos, un clásico, Ramón.
- En realidad, -me contesta pensativo- nunca ha habido un enfrentamiento de esa clase que no haya estado empañado por algún ideal partidista o religioso. Sin embargo, ahora miro al mundo, a Europa en concreto, y veo un cansancio iracundo contra la clase dominante, un fastidio que lleva el nombre y apellidos de gente anónima, gente corriente que combate por su trabajo, su casa, la educación de sus hijos, su salud, cosas concretas, diáfanas, su verdadera supervivencia.
- Un cansancio que está acabando hasta con la tabla de salvación del humor. ¿No te das cuenta que cada vez es más difícil..........?
La risa de Sandra en el despacho de la farmacia interrumpe nuestra charla. Alguien canta, sin vergüenza alguna, la canción de "Les comédiens" de Aznavour.

"Viens, voir les comédiens,
voir les musiciens,
voir les magiciens,
qui arrivent......."

Kabalcanty, vestido con una chaqueta negra y un pañuelo rojo al cuello, baila en el centro de la habitación hincándose el ala del sombrero sobre el borde de las cejas. Por el brillo de sus ojos sale espuma de cerveza como lágrimas fermentadas. Su francés se encasquilla y carraspea en gorgoritos que se pierden garganta abajo. Nos canta entera la canción y luego nos saluda, haciendo una grotesca genuflexión, cuando le aplaudimos riendo.
- He aprovechado el momento justo para que no hubiera clientes, eh chavales.
Se explica, acercándose boyante al mostrador.
- Eres un crack, tío.
Le dice Sandra, dándole un sonoro beso en la mejilla.
- Un desempleado sin futuro pero maravillosamente alegre. ¡Viva el sueño! ¡Viva la sinrazón!
Grita Ramón alborozado y nos atrae a todos para fundirnos en un esperpéntico abrazo.
- ¿Molesto? ¿Es esto una farmacia o la casa de Tócame Roque?
Pregunta con retranca Sebas, el de las quinielas, desde el umbral del establecimiento.

MANUEL JESÚS GONZÁLEZ CARRASCO -Madrid.
Publicado en el periódico Pontevedra Viva

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