Después de masticar filosofemas en torno al derecho a la autofensa, la violencia iniciatoria y las ironías de la vida, tras la ronda de una quinta cerveza, se apareció el jefe de los sicarios y ordenó al gatillero que parecía más reacio a completar del modo más riguroso la orden dada, que cumpliera con el siguiente despacho: «Cinco tiros en su cabeza al mediquito de mierda. Que ya no vuelva a fallarnos».
Advirtió aún más: «Parte, sin protestas y hazlo hoy mismo». Le dio el nombre, dirección y el arma cargada con diez balas. «Mátalo con ésto».
Cuando lo vieron de salida, los otros cinco gatilleros se rieron. El jefe dijo. «Estuve pensándolo bien antes de mandarlo a él; pero, como lo escuché dándole lecciones de piedad a ustedes, lo elegí y, si él fallara, usted», aquí señaló al más 'blando' de los restantes, «va, sin protesta, y lo mata». Entonces, intensificaron las risotadas.
El gatillero llegó y preguntó por el médico, su víctima asignada. En el consultorio, anexo de la casa de campo, vivía su esposa y empleada, quien lo recibió. Era una muchacha que no tardó en reconocerlo. «¡Primo!», exclamó la recién casada al verlo. Estaba más hermosa y crecida que la última vez que la vio; pero sería difícil olvidarla, Desde niños estaban mutuamente enamorados y su voz era la misma.
«¿Y ese anillo?», preguntó agriamente. «¡Me casé!», dijo con su franqueza cálida, el alegre metal de su voz, su alegría. El evadió diálogo y que se le acercara, al recordar el día que se fue al extranjero. Los padres les separaron porque eran primos hermanos y en edad de calenturas. Las vidas de ambos jóvenes tomaron otros rumbos.
«Llama a tu esposo». Fue innecesario. El médico llegó, vestido aún con la bata blanca y se puso a sus órdenes. El gatillero cumplió obedientemente las instrucciones. Ahorró el mínimo de tiempo. Fue cuestión de medio minuto para que le diera cinco tiros en la cabeza a cada uno y repasara lo que había dicho a los gatilleros antes de la misión.
«¿Por qué no me escribiste? ¿Por qué no hiciste el esfuerzo de buscarme?» si ella lo hubiera hecho y oportunidades tuvo, él no se habría hecho sicario. Ni habrá tenido que matarla. Convencido de ésto, salió feliz y silbando a paso lento hasta su carro.
CARLOS LÓPEZ DZUR
Publicado en el blog caloslopezdzur
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