El Cronoscopio
“Nada que no pueda llevar a cabo con mis gafas bifocales y un buen destornillador estriado” pensó el ladrón. Poco antes de que los dirigibles cayeran sobre la tierra. La cámara del sótano de palacio se encontraba espolvoreada de una extraña estática y pocos hombres –de los cuales este ratero era uno-, podrían haber atravesado con tanta facilidad y grácil picardía las trampas que protegían aquel extraño libro.
La guerra era inminente. La poderosa llama de la industria bélica extranjera había bostezado ya una salva de globos incendiarios que se dirigían hacia Nocte, orgullosa capital del imperio desde el año 1868 de nuestra era. Un esplendor sobre el que el ratero había oído hablar en su errante camino, pues hacía mucho que vivía su vida de buhonero descarado y amigo de lo ajeno. Empuñó una hebilla plateada que una vez sustrajo del uniforme de un alquimista y manipuló el cerrojo del cristal que guardaba el volumen maldito. “El grimorio de las eras” solían llamarlo los magos de taberna en sus espectáculos de vapor y espejos. Un libro lleno de tornillos y de origen incierto, que contenía cifrada toda la secuencia de la creación. Una máquina del tiempo encuadernada, a la que muchos atribuían las riquezas que el emperador de Nocte había atraído hacia su patria. Pero el ladrón no era un insensato. Sabía que las fuerzas de la guerra se volvían contra el reino y su capital. Y la ceguera del emperador no podía ver que ese libro, que tenía ahora delante, podía salvarles del horror. De un futuro de ceniza y campos ennegrecidos. Salpicados de máquinas mudas que ya nunca más funcionarían.
Tanteó el libro con sus manos. Las tuercas que se ramificaban en la portada mostraron algo de su esplendor herrumbroso al soplar el polvo de la superficie. Sabía que si giraba las manillas hacia atrás, todo podría deshacerse y la paz reinaría de nuevo. Aunque su vista se nubló unos segundos mientras manipulaba las ruedecillas. “Nada que no pueda llevar a cabo con mis gafas bifocales y un buen destornillador estriado” pensó el ladrón. Poco antes de que los dirigibles cayeran sobre la tierra.
Miguel Ángel Villalobos(España)
Publicado en la revista digital Minatura 116
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Hace 9 horas
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