MÉXICO Y EL VINO
Por Juan Cervera Sanchis -México-
El 17 de agosto de 1521 Don Hernando Cortés y sus hombres
celebraban con una opípara comida su llegada a la gran
Tenochtitlan. Corrió el vino. Era vino de Castilla traído
desde Veracruz a la ciudad derrotada de los meshicas.
Fueron aquellos los primeros envíos de vino peninsular
a las tierras recién conquistadas del nuevo mundo, dado
que era costumbre que los peninsulares comieran
acompañados de una botella de buen vino.
Naturalmente que aquellos envíos de vinos se fueron
incrementando al paso del tiempo.
Don Hernando nombro a Juan Bello escanciador por lo
que pasó a la historia como el primer escanciador de las
Américas.
En las ordenanzas de Don Hernando (1524) hay varios
capítulos en donde se habla respecto al cultivo de la
vid en la Nueva España.
Se establecen determinadas obligaciones para los vecinos
que quieran dedicarse a ello. No obstante, el cultivo de
la vid en aquellos tiempos estuvo casi por completo
a cargo de los misioneros, dado que en las misiones se
necesitaba el vino para el oficio de la Santa Misa y,
por supuesto, para el consumo en las comidas.
Los frailes lograron incluso injertos de las cepas silvestres
de la tierra con las llegadas de España, que dieron
vinos excelentes.
Los primeros vinos que se obtuvieron en México se
dieron en lugares de Puebla, Michoacán, Querétaro y
Oaxaca.
En 1594 en la hacienda del Rosario, Coahuila, cerca
de Santa María de las Parras, Francisco de Urdiñola,
capitán del ejército español, establece la primera
bodega que hubo en la Nueva España.
Más tarde se abrirían otras en San Luis de la Paz,
Guanajuato y California.
Fray Junípero de Serra, quien funda la primera misión
en Loreto, logra mejorar las vides silvestres y no se
diga el incansable padre Juan de Ugalde que, en aquel
territorio, hizo prodigios a fuerza de trabajo, consiguiendo
vinos tan buenos y aún mejores que los que llegaban
de la Península Ibérica.
Otro impulsor del vino en México fue fray Martín de
Valencia.
Siendo el año de 1597 Lorenzo García, un laborioso
poblador español, afincado en el Valle de Parras, abre
ahí sus bodegas.
Estas bodegas serían adquiridas en 1870 por Evaristo
Madero, quien las agregó a la Hacienda del Rosario, que
ya era suya y que perteneciera anteriormente al ya citado
capitán Francisco de Urdiñola.
El buen vino producido en la Nueva España engendró
temores entre los productores peninsulares quienes
influyeron para que la corona girara órdenes a los
virreyes con el fin de evitar la competencia que el vino
cultivado en estas tierras les hacía.
Fue así que, en 1771, el virrey Marqués de Cruillas
ordenó que no se continuaran plantando vides.
Las penas para quienes no se sujetaran a dichas
ordenanzas eran en extremo severas.
El cultivo de la vid decayó en la Nueva España y,
con ello, los ya entonces excelentes vinos
novohispanos, fueron desapareciendo.
Hubo que esperar hasta la llegada de la Independencia
para impulsar de nueva cuenta la viticultura en el
país.
El primero que animó a los mexicanos a ello fue Don
Miguel Hidalgo.
Consumada la Independencia Don Agustín de Iturbide
reorganizó la Hacienda y dio impulso a todos los cultivos
poniendo especial énfasis en el de la vid.
Desgraciadamente el recién nacido país sufre una larga
crisis y se desangra en contiendas entre enemigos internos
y externos.
Hay que esperar hasta el régimen de Don Porfirio Díaz,
donde se hace un enorme esfuerzo para impulsar
la ya, casi en extinción viticultura.
Es entonces que se traen sarmientos franceses y son
plantados en el centro del país, en la hacienda llamada
Roque, próxima a la ciudad de Celaya.
Siendo el año 1910 arriba a México Antonio Perelli-Minetti.
Este hombre de origen ítalo-americano planta vides
en el rancho El Fresno, Torreón.
Llega a cultivar 400 hectáreas. Introduce en la región
las variedades Málaga, Tokay, Petit Sirah y Zindandel.
La nación se agita de nuevo con la Revolución.
Los viñedos son abandonados. Se ha de esperar más
de una década para comenzar de nuevo.
Se comienza otra vez y, desde entonces, el cultivo
de la vid en México viene creciendo y la excelencia
de los vinos mexicanos es más y más apreciada.
Ahí están los vinos de las Bodegas de Santo Tomás,
procedentes de Baja California, donde destacan los
tintos Barbera y Valdepeñas y el blanco Chenin Blanc,
entre otros.
En Querétaro, Las Cavas de San Juan, bajo la marca
Vinos Hidalgo, cultivan ricas uvas, como la
Cabernet Sauvigno y la Pinot Noir.
En San Juan del Río las Bodegas Cruz Blanca de
la familia Nicolau, de origen catalán, difunden las
marcas Montebello y Cruz Blanca.
Aguascaliente contribuye a la excelencia de los
vinos nacionales con el San Marcos y el Conde
de Ayala.
En las todas las culturas antiguas el vino tuvo su
dios.
Los etrusco lo llamaron Fufluns, los egipcios Osiris,
los sumerios le rendían culto bajo el halo de la diosa
Gestin, los griegos cultivaron su devoción bajo el
éxtasis de Dionisios y los romanos desbordándose
con los excesos de Baco.
El vino, sí, el vino en México, cuyas primeros viñedos
fueron plantados por orden de Don Hernando Cortés
y tras el éxito de los mismos despertó miedos y
celos en la corte de Madrid, por lo que el rey Felipe II
en 1595, setenta años después, prohibió su replantación,
aunque fue desde México que se propagó el cultivo de la
vid en el resto de América.
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