Don Jenaro, del municipio de San Pedro, nunca había estado tan preocupado como ahora, después de la llamada que recibió de José Félix, su amigo boyacense, también “pequeño ganadero” como él -y como otros 300 mil productores en todo el país-, pues su comprador de leche, Alpina, no solo rebajó el precio de compra, sino que viene disminuyendo los volúmenes adquiridos, con el argumento de que las importaciones han aumentado.
Ana y Fernanda, las esposas de nuestros dos amigos lecheros, atosigan a sus maridos con cantaleta por estar en ese ridículo negocio que a los pequeños productores nada deja, mientras las grandes compañías se exhiben publicitariamente con sus grandes progresos, con sus innumerables nuevos productos, y anualmente, con sus grandes utilidades.
Los niños de las dos familias no van a la escuela, por la pandemia, y no tienen computadores para aprender a distancia, aunque si los tuvieran de poco les servirían pues no hay internet, y si por extraña fortuna lo hubiera, sería de “banda estrecha”, como lo es en casi todo el país.
Guiseppe es un pequeño ganadero italiano que vive en Emilia Romagna, una región que es la tercera parte de Antioquía pero que exporta 15 veces más, Como él, 150 pequeños productores del municipio de Parma disfrutan de una situación económica envidiable, gracias a que facturan 640 millones de dólares anuales en productos lácteos, de los cuales aproximadamente 260 millones corresponden a exportaciones de queso parmesano.
No tienen que botar la leche, no fabrican quesitos ni panelitas, y lo más importante, no tienen nada que ver con Alpina y Colanta, ni con el gobierno colombiano.
Y es que es vergonzoso que siendo Colombia el tercer productor lácteo suramericano, haya importado el año anterior más de 155 millones de dólares de leche y quesos, y que a un mercado global que compra al año 81.000 millones de dólares en esos productos, le exporte apenas 2 millones de dólares, siendo superado nuestro país por otros no lecheros como Chile y Perú que exportaron 88 y 53 millones, respectivamente, o, para mayor vergüenza de las empresas colombianas, por Bolivia, que vendió 16 millones.
Para que la amargura no sea mayor no menciono a un país de veras lácteo como Argentina, pero cedo a la tentación de decir que Uruguay exporta más de 650 millones de dólares en productos lácteos, de los cuales 170 millones corresponden a quesos.
Colombia, no obstante, y quizás por un error no intencional, o “sin querer queriendo”, como decía el popular “Chespirito”, exportó en 2013 poco más de 32 millones de dólares.
Esa pobreza exportadora de un sector tan importante de la producción colombiana se debe a la ausencia de cultura internacional de las principales compañías procesadoras como Alpina y Colanta, y al inexistente acompañamiento a pequeños y medianos productores para que sean ellos mismos de manera autónoma quienes transformen su negocio de simples proveedores de materia prima, a vendedores internacionales de productos procesados, como quesos y mantequillas.
Se suponía que los pequeños ganaderos se beneficiarían del Conpes lechero aprobado hace una década, cuyos recursos por valor de $385 mil millones de pesos se otorgarían desde entonces para el mejoramiento de la productividad.
A propósito: ¿para qué mayor productividad si en épocas de gran producción la leche se bota para que no caigan los precios? ¿Para qué más productividad si no existe suficiente capacidad de pulverización, o la que hay, opera con elevadísimos costos?
Somos un país de cientos de yogures de todos los sabores posibles, de miles de marcas de arequipes, de quesitos y más quesitos con variados empaques, de todo tipo de leches de larga vida para consumir de inmediato, y de todas las demás leches líquidas en presentaciones de todos los tipos. Hasta queso parmesano criollo, que obviamente no es parmesano, consumimos.
Pero no exportamos, pues la orientación de nuestra industria es hacia dentro. A las empresas lácteas del país les falta competencia, pues lo que existe es un oligopolio, con un denominador común en todos los empresarios: su falta de visión internacional, su ignorancia para comprender la importancia del mercado global, y su analfabetismo que les impide abordar los mercados libres para las exportaciones lácteas colombianas.
Y deben ser los pequeños ganaderos quienes les compitan directamente, acompañados por los gobiernos departamentales y municipales con aportes de inversionistas públicos y privados, nacionales y/o extranjeros, enfocados todos en la internacionalización de sus producciones con desarrollo específico de nuevos productos para un gran mercado mundial que, repito, supera los 80 mil millones de dólares al año.
Empecemos por sustituir importaciones, revisemos la actuación de las grandes industrias procesadoras, promovamos asociatividad de los campesinos ganaderos, hagamos un poco de benchmarking, démonos un “codazo” antivirus con los italianos y solicitémosles acompañamiento, trabajemos ahora sí en productividad, y creemos marcas regionales que sean reconocidas y ampliamente demandadas por los consumidores en las góndolas de los supermercados, y que sirvan ellas mismas para un primer acercamiento a los mercados externos. Hay que darle un gran vuelco a este sector, pero ya.
Jorge Alberto Velásquez Peláez
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