domingo, 1 de abril de 2018

LA CIUDAD DEL AGUA


Érase una vez…
(os voy a contar un cuento)
una ciudad surcada por una Ría
de aguas pardas y barros oxidados
arrastrados en turbiones
desde los montes de hierro.

Una Ría de aguas ardientes
donde el acero líquido de los hornos
reflejaba su haz multicolor
en el espejo de fuego de la noche.

Una Ría de aguas grises
amenazadoras como el cielo cubierto
de un país velado por la niebla
y bendecido por infinitas cortinas de lluvia
suaves y ligeras como las sedas de Oriente.

Una Ría de aguas bravas
indómitas y coléricas, como la naturaleza virgen
que levantando ráfagas y ventiscas
lanzaban de tiempo en tiempo
contra la orgullosa ciudad
aguaduchus, borrascas y marejadas
poniéndola de rodillas.

Así eran sus aguas
antes de ser domadas por la estupidez humana.
Así fueron también las aguas de mi infancia
cuando la Ría y la ciudad todavía tenían alma.

Pero paso el tiempo
y vinieron los hombres de gris
tejiendo su red sobre la ciudad con su gran araña
y con sus escobas de barrer los recuerdos
nos robaron la memoria
y rescribieron la historia.

Hoy todo ha cambiado.
Todo es diferente.
Aquellas aguas bravas y orgullosas
se han tornado aguas cansadas, envejecidas
burguesas, correctas, de buen tono
jubiladas.

Avergonzados de su pasado
los hombres de entonces
se dejaron robar los talleres
las artes y los oficios
y el juego en la calle
y el baño en el embarcadero
y el cine de la sesión continua
y el paseo de los jueves
y el baile en la plaza los fines de semana.

Y dejaron que se cerraran los puentes
y que los barcos buscaran refugio en otros puertos
y que las fábricas silenciaran sus sirenas para siempre
y que las iglesias no tañeran sus campanas
y que los hornos apagaran sus fuegos
y que la Ría dejara de iluminarse en la oscuridad de la noche
y que los autos expulsaran a la gente de las calles
y que todos acabáramos presos de la televisión
y de las pantallas de plasma
en nuestras propias casas.

Y nuevas aguas mansas y obedientes
vinieron a sustituir a las viejas aguas
y la ciudad acicalada como una ramera
se apresto a recibir a los turistas
para satisfacer sus deseos y sacarles la plata.

Y las aguas pasaron a formar parte
de la arquitectura estelar
y del espectáculo urbano
donde todos miraban sin ver
y donde el trabajo manual y la pobreza
con la aceptación gregaria y el aplauso de todos
se ocultaron en los barrios obreros
tras los muros de las bellas bambalinas
de museos vacíos, teatros sin texto
bibliotecas sin libros, paseos sin paseantes
y hoteles rumbosos para ricos aburridos, políticos corruptos
y ejecutivos y empresarios depredadores.

Un viejo sentado en un banco del parque murmuró:
¡Hay aguas amadas de mi infancia!
Antes erais algo
y ahora no sois nada.
Sin daros cuenta
os han borrado los recuerdos
y sin memoria y sin recuerdos
ahora solo sois agua

Alberto López

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