Hemos comprado corazones adulterados a las cinco de la mañana. Hemos compartido su mentira como quien necesita que lo vuelvan a matar para seguir vivo. Hemos repartido sus cuerpos en comuniones nocivas como quien hace milagros con la ruina. Hemos desollado el tiempo prestado y hemos bebido de cálices de garrafón.
Hemos sentido bocados de lagartos en la cabeza y en los ojos zarpas de rapaz nocturna. Hemos hecho de la cama una quimera y de las palabras un barranco crecido. Hemos prolongado los instantes para un futuro indefinido, espantando la cordura que huía desnuda, rota y lubrificada de demencia, con su sexo y el seso rezumando herrumbre que moja lomos y de los que libamos en colectivo, como una bichera de gusanos de dos patas.
Y al final, después de inmolar en cada atentado la verdad, nos damos cuenta de que el peor síndrome de abstinencia es añorar el sabor de LAS GOMINOLAS que comimos cuando aún éramos novatos en los días de nuestro almanaque.
Francisco Tomás Barriento Eusebio -Campofrío-
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