La semana fue pródiga en desdichas.
Duele ahora pensar en el cuerpo deshabitado
que empieza a deshacerse lentamente en la tierra voraz.
Imaginar tus ojos clausurados,
tu voz que aún resuena, ya para nadie, oculta.
Bien sé que estas noticias deben ser silenciadas
pero nos llegan, recurrentes, mojadas de lágrimas.
Y no es nuevo decir que en el café
hay una silla ausente
entre risas y libros y tintinear de tazas.
Y que tampoco estarás en esa plaza donde conversamos una vez
mientras la lluvia fina murmuraba de a ratos
y las hojas traían su piadoso consuelo.
Adiós, amigo mío.
Emprendiste una gira por esa región desconocida
que ahueca el corazón y disminuye las palabras.
Qué gestos o qué danzas ves ahora
con bellos ojos límpidos
ya para siempre abiertos.
Qué palabras hallar para una escucha inédita
amigo que dejaste tu morada de hiedras.
Débiles somos para comprenderlo,
sin alcanzar tu levedad celeste
o tu nueva sonrisa entre los ángeles.
Graciela Maturo
Compartido por Rolando Revagliatti
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