Y vi las sombras muertas
y pájaros azules entregando poemas.
Y pude caminar a lo más próximo
avisado por alguien que veía
en las grietas nocturnas los espasmos
como si reinara un desamor
con su corte de rayos y centellas.
Guarda el recuerdo
estruendosas campanas
y unos perros deslizan sus ladridos.
Quitaré oscuridades
aprisionando estatuas
especialistas en silencios,
en guiño de astros,
en soles apagados.
Los grillos huyen de las notas
separando sus vidas
de la voz trashumante,
dejan el ancla al borde
como si al terminar
quedara reluciente
con su tesoro de ornamentos.
¿Qué es lo que sabe el hombre?
¿Vivir, morir
o sorprenderse de la parábola?
Tal vez los antifaces
sean pulverizados
como intuyen bufones
o como el filosófico barullo
que me da su concepto.
Los animales me vigilan
agazapados en la sombra,
se cubren con su corta resonancia.
Los guijarros lo saben y los otros
que cuando ven, suspiran.
Hoy siento fragmentados los instantes
que no me asustan nada,
ni la muchacha que investiga selvas,
perfumes ignorados por los gnomos
como si la vida fuera de verdad
y yo sonara estrellas y sustancias
que vagan por el cosmos
y vienen con la luz distinta
a la que advierte sombras
que terminan al amor vegetal
y se repliegan al pistilo dorado.
Ignoran el horizonte de la duda,
el arco iris -tesoro de los tontos.-
Nociones del azul les daba entonces
a pesar de los ojos y la voz quebradiza.
Los payasos se visten de colores
para las competencias
como si el pensamiento
fuera esta luz difusa
de las telas gastadas
en trabajo circense.
Salpicados de iras que parecen
pozos de voces tristes
navegan por el Nilo,
van a la serenata de Osiris.
La monja se queda oscurecida
en los cerebros.
que iluminaban el jardín,
y en los patios hay una interrogante,
un gran pájaro muerto.
Las muchachas se incendian,
y su fuego destruye
como si los vientos agónicos
quisieran detenerse.
Era fácil ser el creador
de los astros sonoros
donde los niños cambiaban los colores
y jugaban a ser como Leonardo.
En la fiesta lejana la pantera
originó huracanes
con su constelación muy misteriosa.
El príncipe del mundo lo sabía
pero había que buscar en las raíces.
Dirás cuando me mires:
<
cuando las sensaciones
descienden por su vida,
cuando separa el humo,
lo disuelve, deja ver la ciudad
y el amor en el centro.>>
Lo que nunca escribí pero lo dije
acostumbrado a serenar la sílaba,
lanzarla al cerebro.
Lo que siempre llegaba a la mano
trazadora de triángulos
nunca estaba en el centro.
Luego vinieron otros a reírse.
Veían un guijarro, lo tocaban
y reían a morir hasta la muerte.
Sol de amor en los muros,
solo amor en el índice,
sal de mar en tus ojos
para morir a gusto sin espejo
que diga lo de siempre.
¿Encontraré algo que no sea
referencia del caos,
que no subraye cosas,
-oscuras cavidades-
para vivir en lo desconocido?
Pero si la pregunta deslumbrara
como centella que petrifica;
si quedara el deseo sorprendido
de tener antifaces y reírse;
si pernoctara conmigo
la idea de la flor
todo se detendría hasta los labios
donde palabras fructifican
el principio negado por los ojos
que suenan (sueñan) paralelos
como si el navegante
con la brújula tuviera suficiente
a vencer el naufragio.
Donde se piensa quieren
un resplandor helado,
donde se olvidan los signos amarillos,
las manzanas espacios,
los dientes de sorpresa.
Quieren más sensación
triangular en el centro
como círculo revelado en el vértice
de vértigos antiguos.
Quieren renglones extasiados
creando todo en el ancla,
fosforeciendo mundos,
desvaneciendo pájaros.
Alguna vez imaginé el espanto
pero jamás abrí los precipicios,
dije: <
dónde poner las manos,
dónde dejar los ojos
para la buena vez de otras
que despierto y te miro
vencer a los silencios
en el tercer asalto.>>
En la calle de la luna
un perro captura el sol,
lo hace polvo,
veo el peligro que corre,
pero la vela egipcia
es lenta como Hermes.
Todo cambió a la suerte
del minuto perdido en claridades
cuando alguien ve versificar la vida.
Usted dirá la clave,
la clavará en las palmas
de los observadores.
Las mujeres me hacen alcatraz de tres colores,
me trastocan en hilo colorado.
Y todas son un halo
que destruye si toca,
y separa destino si le dicen:
<<¿En qué plano ancestral
jugarán nuestros nombres?
¿Dirás que no nos vimos
jamás en la galaxia,
ora oscuros lucientes
como diez pobladores
y después sacristanes
en el cosmos difuso?>>
El silencio asustados
se ha quedado en domingo
al ras de los cadáveres, no
-superficies de sombras.-
El silencio, -sabemos-
hiere cuando nos llega
como regalo eterno
que todo lo deslumbra.
Corporaciones de ojos,
sociedades anónimas
me distraen la hecatombe.
Saltan pájaros muertos.
Las hormigas no abren.
Todo se queda muerto.
El río bueno no corre.
La calle se detiene
ahí, donde la miró.
Ángel Manuel Castrellón Parra
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