Si había llegado hasta allí, ya no podía echarse atrás. Era mucho el esfuerzo acumulado, muchos los codazos para abrirse paso entre tanto candidato, muchos días los dedicados a la premeditación y a la estrategia para ahora abandonarlo todo de un golpe. Respiró profundo, alzó la vista al techo y su rostro ofreció el gesto del que se resigna a cumplir con su destino sin más dilación. Un último pensamiento agitó su cabeza extasiada y una voz del fondo, gritona, con prisas, le sacó de su meditación. Aún podía arrepentirse. Lo sabía. Quiso cerrar los ojos, abstraerse nuevamente. Notó un ligero empuje. Demasiado tarde ya. Imposible darse la vuelta. Le miraron con interrogación acelerada. La suerte estaba echada. Tragó saliva antes de contestar. Adiós a la dieta, pensó. Y señaló el menú a la cajera de la hamburguesería. ¿Con patatas chips? -le preguntaron. Asintió. ¿Con el postre de la casa? Asintió. ¿Bebida doble? Sí... Todo en él era ya entrega.
Isidoro Irroca
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