Fuimos a quitarle la casa a un señor. Paredes de tablas, techo de chapa. Sus chicos nadaban en la intemperie cuando lo trasladamos al baldío. Una mujer flaquita de ojos odiadores se movía como un pequeño demonio impotente. Con la excavadora tiramos el abajo el rancho. La casa no fue sólo las tablas y las chapas. Había adentro una luminosidad que apagamos. el señor todavía agitaba ante nuestros ojos un papel absurdo, acaso una fotocopia en defensa de la casa que ya no existía. Dispusimos unos policías que custodiaran el predio y los cargamos en uno de los camiones de la municipalidad. Al señor se le cayó al subir una especie de foto vieja. Yo que era el que llevaba la causa, la levanté del suelo y una mujer color sepia me miró desde el fondo del retrato. Me subí al camión, abracé al señor y me puse a llorar con él. Un policía le grita al del patrullero:
-Che, otro juez que se rayó. Traé el chaleco y el palo.
La mujer de la foto era mi madre.
Lorenzo Verdasco -San Miguel de Tucumán-
Publicado en la revista Hoja de palabras
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Hace 16 horas
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