Cuando vayas a la escuela, hijo mío, se te predicará mañana y tarde que el robo es malo. Pero tan luego caigas de la escuela en el mundo, tardarás poco en darte cuenta, si tienes ojos en la cara, de que hay dos clases de robo...
Robo a los ricos. Esta clase de robo, ejemplares del cual exhibe todos los días el cine, se considera un crimen, y se persigue y se castiga en todas partes con penas atroces.
Robo a los pobres. Esta clase de robo, que se practica en grande o pequeña escala a todas horas, no sólo no se considera crimen, sino que a los ladrones que lo practican se les llama, cuando más, especuladores o agiotistas -nombres que han sido hasta ahora muy respetables- y la ley los protege celosamente con toda suerte de códigos, policía y tribunales, y la sociedad los reverencia y los mima, y si antes de morir, o en el momento de morir, han tenido el cuidado de desprenderse de una infinitésima parte del caudal robado en beneficio de una institución pública cualquiera, la nación agradecida lo encontrará todo poco para rendir el debido homenaje a su memoria, en forma de inscripciones, discursos, libros, estatuas, etc., y su nombre será venerado y bendecido como una reliquia por la misma comunidad que saquearon.
La profesión de ladrón de ricos, además de ser odiada y despreciada, es muy incómoda, mal retribuida, y casi siempre conduce a la cárcel o al cadalso. La profesión de ladrón de pobres, en cambio, no sólo es más fácil y cómoda, sino que está tan bien retribuida, que casi nunca deja de conducir, a los que la cultivan con la debida ferocidad, a la opulencia y el poder.
Publicado en el blog de nemesiorcanales
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