domingo, 2 de junio de 2013

ESCRIBIR, PUBLICAR Y SOBREVIVIR A ELLO

Algunas reflexiones sobre el proceso de escritura, publicación y promoción de un libro...
Por suerte o por desgracia, la escritura no es una ciencia exacta, su arte y sus misterios no se aprenden en manuales y tampoco existen caminos cuyo recorrido nos garantice el ansiado triunfo en forma de libro publicado. La escritura es un ejercicio de aislamiento, una forma de vida que obliga a quien decide apostar por ella a enfrentarse a sus obsesiones, a sus temores y a sus pasiones de manera solitaria e incierta. Quizás por ello, y porque la gran mayoría de historias nacen de la necesidad –al menos las buenas historias, según decía Rilke–, el autor acaba creando un vínculo con su obra que va más allá de lo artístico. El libro es su criatura, su razón de ser, aquello que justifica todas las horas en silencio, las noches temidas frente a la página en blanco. Autor y obra acaban siendo uno, como si fueran las dos caras de una misma moneda o la noche y el día, que tanto se necesitan aunque jueguen a evitarse.
En infinidad de ocasiones se ha comparado el momento en que el autor pone el punto y final a su libro con el de un alumbramiento: en los dos casos, un ser ve la luz, comienza su existencia y se enfrenta a un camino. Los libros no sólo nacen con vida, sino que tienen la capacidad de absorber la de sus lectores, de madurar con ellos, envejecer y estropearse. Y cuando una vida se crea el progenitor sabe que esa criatura va a desligarse, a volar sola. Por eso es tan difícil poner el punto y final, decir: “hasta aquí esta historia”. Ese momento de felicidad, de alivio, que pone fin a largos meses de trabajo –años en ocasiones–, también lleva implícito un adiós. Empieza una nueva etapa para ambos: el libro ha de viajar para encontrarse, primero con editores, y finalmente, si tiene suerte, con sus lectores; el autor, por su
parte, debe distanciarse, asumir que esa obra ya no será suya, sino de aquel con quien se cruce.
Personalmente, no creo que mi historia con El sol de Argel, mi primera novela publicada, sea muy diferente a la de otros escritores. Pero a mí me gusta creer que sí lo es, que nuestro vínculo ha soportado momentos arduos, que hemos crecido juntas y hemos madurado. Y es que, al fin y al cabo, esta novela me ha acompañado, aunque de manera intermitente, durante casi diez años. Cautivada por un céntrico edificio madrileño, por su aire decadente y su atmósfera solitaria, empecé el libro en torno al año 2003. Siempre había sentido fascinación por el tema de los gemelos idénticos, por el juego narrativo que me parece que sugieren y, también, porque hablar de la relación entre dos personas idénticas físicamente me permitía adentrarme en el pantanoso terreno de la identidad. Pero El sol de Argel, que en esos momentos respondía al nombre de “Borrador 1”, no aguantó demasiados capítulos. Su trama se me vino encima a las 60 páginas y el vértigo y las dudas se instalaron dentro de mí de tal manera que la historia dejó de importar. Y mis páginas, como tantas otras, fueron impresas y guardadas en un cajón. Pasaron los meses y llegaron otros proyectos, entre ellos la complicada salida al mundo laboral, que lo eclipsó todo. El borrador seguía guardado, olvidado en una suerte de exilio. Pero cada vez que pasaba por delante del edificio que me había inspirado tiempo atrás me acordaba de M., una de las protagonistas, y de mis gemelos idénticos, con cuyos nombres aún me peleaba en aquella época. No había vez que no pasase por delante y no recordara el libro con una nostalgia que me apenaba pero que, de alguna manera u otra, siempre lograba enterrar.
No fue hasta 2009 cuando retomé la historia y me decidí a apostar por ella, a afrontar mis miedos. Elegí
continuar ese proyecto, aunque una parte de mí quería pasar página y empezar otra novela. Seguí adelante con mis momentos de agobio, mis páginas en blanco y ciertos capítulos que nunca terminaban de funcionar por mucho que los retocara. 2010 fue un momento crucial, porque a mitad de año me quedé en paro por primera vez en mi vida.
Y El sol de Argel supuso una tabla de salvación, una manera de sobrellevar la angustia de no poder trabajar.

El rechazo de las editoriales
Finalicé el libro a últimos del 2011 y comencé esa difícil tarea de la que he hablado al comienzo de este artículo: tras la corrección definitiva, el momento de separarse del libro, de mandarlo a todas las editoriales que fui encontrando en ese proceso de investigación que todo autor primerizo ha de hacer. El momento de mentalizarse, de asumir los rechazos de editores, de comprender que muchas editoriales ni responden. El instante en que te das cuenta de que nadie te ha preparado para esperar el rechazo de un editor, y que no hay consejos válidos ni consuelo posible: es un camino personal y muchos deciden apearse de él y tirar la toalla. Yo quise apostar porque confiaba en El sol de Argel, en que su trama pudiera conectar con diferentes tipos de lectores.
Al final, cuando cada vez tenía más claro que no surgiría esa oportunidad, apareció mi editor. Él me dio su confianza y me animó a dar el primer paso, el de mostrar mi primera obra al público.
El sol de Argel se publicó a finales de noviembre, en un momento económico y social muy complicado. El libro sobrevive como puede, sobre todo gracias a la ayuda de pequeños libreros que han apostado por él y que le han ofrecido un sitio en sus librerías. También gracias al interés de blogs y páginas especializadas en literatura, cuya valiosa labor hoy está supliendo a las cada vez más debilitadas secciones de cultura de los medios de comunicación. Y por lo que a mí respecta, como autora, hago diariamente todos los esfuerzos que puedo para difundir el libro. No sólo creo que es importante, sino que considero que el papel activo del escritor como primer difusor de su obra es ya una realidad a la que hay que acostumbrarse. Eso no significa darse autobombo ni pasarse todo el día hablando del libro que uno ha escrito, sino tratar de facilitar que la obra llegue a los lectores en un universo en el que constantemente nos bombardea la nueva información.
Las redes sociales han derribado esa vieja imagen del autor encerrado y ajeno a todo. Ahora los autores suben fotos a Facebook, tuitean y comparten textos. Tiene su parte negativa, puesto que esclaviza bastante, obligándote a dedicarle un número mínimo de horas, pero tiene el aliciente de que te permite estar en contacto con tus lectores. Conocer casi al momento lo que han sentido al terminar el libro, las diferentes opiniones que les ha suscitado, si les ha emocionado o les ha dejado indiferente, vale la pena.
En esta etapa me encuentro actualmente y tanto en esta como en las demás, soy principiante y me muevo en un terreno que no domino del todo. Pero siempre pienso que promocionar el libro no puede ser peor que enfrentarse a la página en blanco, y eso me anima a seguir.

Esther Ginés Esteban
Publicado en la revista LetrasTRL 55

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