El azar sin precio sacó a la superficie,
desde el asiento del acompañante
del conductor de un coche anónimo,
tu sonrisa de gafas de sol
y melenas al viento,
y un saludo con la mano que me abrazó
convirtió mi risa en un anuncio de Profidén.
Enseguida el cauce se amansó,
y la mañana se hizo mendiga,
náufraga y anónima
como un fin del mundo en la otra esquina.
Nunca supe de quién fue el saludo
porque quién era no es.
Y es aún mejor y de cortesía
más refinada y pudorosa.
GUILLEMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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