Nunca me vieron la cara.
Entre susurros,
conspiraciones y grandes banquetes,
nunca entendí,
de qué me hablaban los hombres de uñas largas
y siempre con fruta en la boca.
Yo quise a mi gente,
y muchos murieron por ver
a los chicos que corrían por los maizales,
en un mayo abrasador
-los envidio-.
Luego,
cuando los chamanes empezaron a ver dioses en la tierra,
ya era demasiado tarde para levantar las grandes torres.
El pueblo pidió al Sol
su bermejo mañanero:
y todo se lo di:
desde las piedras solemnes,
hasta las cuevas de los acantilados.
Corrimos,
pero los tejados de las chozas ardieron
como si el Sol hubiera rodado por las calles.
Me rendí,
no como un emperador,
sino como el hueso de un perro:
enterrado y olvidado al antojo de su nuevo dueño.
Del libro De liken de Alejandro Gómez García -Madrid-España-
Publicado en La Biblioteca
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