El café ya está. Me siento y observo el platero que compré en Londres, soy incapaz de desprenderme de él. Sería como tirar al cubo de la basura los recuerdos de aquel viaje del ochenta y cuatro. Si no hubiese sido por aquellas vacaciones, nuestro matrimonio se hubiera ido al garete. Siento una atracción repentina por todos los muebles de mi cocina: los estantes de pino, la encimera de mármol viejo llena de cortes y manchas, testigos de las grandes comidas de la familia; las esquineras donde guardo los manteles de hilo… Un millón de fotogramas discurren frente a mí sobre el telón de fondo de mis párpados cerrados: los cumpleaños de mis hijos en esta cocina, sus primeros pasos rodeados de estos muebles; la de aromas que guardarán entre los nudos de su madera, qué cantidad de secretos entre las capas de barniz y de cera...
EMY LUNA MARTÍN
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