Instituyo soles con retazos de sueños y con irreverencia
desestimo las ventajas del interés compuesto. Excluyo
de mi agenda el puré de zapallo y los sicoanalistas,
porque a veces es jueves o domingo y resucito;
pero tampoco entiendo mucho de música electrónica
y en cambio me seducen las palomas albinas
o una violenta comezón de chamarritas.
Tantas veces me acomete una mañana sospechoso de rocío
avizorando gorriones en desuso; a barlovento de mi sangre
crece el espesor de un cuervo, una revuelta historia
de adulterios amanece y un desplegado informe hablaba
de neblinas. Escucho. Una densidad mercurial me sobrepasa.
Padezco como el rescoldo de un temblor oscuro, un bronce
con la renuente irrealidad del ámbar. Un fantasma
cuyas edulcoradas etiquetas fugazmente determinan
el confin de los venenos. Hay puerto y nube y sol en instalados
horizontes de metal y hay muertes. Aborrezco los raídos sones
de la trompeta, sus marciales intentos. Las insignias.
Y no comprendo bien el llanto monocorde de los esponsales
ni las risitas de los velatorios. Pronuncio catedrales
y con cadencia delimito todo acontecimiento
que no me represente. Digo mañana y un alquitrán oblicuo
se enarbola. La clepsidra porfía que es de noche todavía.
La decapito con el damasco primordial del verso.
Esa cáfila de smoking negro y attaché de acero (samsonite
si viene al caso) rasga sus vestiduras con cuidado
de no arrugarse. Bajo cera de innúmeros cadáveres obliteran
sus oídos. Es inútil. Estoy trepando al fresno. Yggdrasil
con parsimonia contabiliza el mediodía.
Sonrío y los portafolios palidecen. Estoy a punto de nacer.
Acude un grito.
GREGORIO ECHEVERRÍA (Rosario-Santa Fe-Argentina)
Publicado en la revista Gaceta Virtual 75
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