¿Qué trillonarios mundos invisibles
inexplicablemente nos rodean
cuando el labio temblante de la noche nos besa?
De súbito sospecho vigilantes secretos,
ojos que nos observan, como nosotros observamos,
a través de la lente viva del microscopio,
esporas y bacterias, pues todo es mucho más de lo que vemos.
De hecho nos circunda lo incorpóreo
y es por ello que a veces mi espíritu suspenso
se queda detenido en el asombro y ora estupefacto
al descubrir, humilde, que la ciencia,
lo que llamamos ciencia, tan hermosa y magnífica,
y sin duda tan útil para nuestros propósitos,
es un bastón de ciego, y nada más,
que ayuda a caminar, pero que nunca alcanza
para saciar el hambre de luz, siempre insaciable,
que inquieta a nuestra mente siempre inquieta
y, misteriosamente, nos advierte del siempre más allá.
Es por eso que yo, al verme en el espejo de mis ojos,
se que lo que estoy viendo no soy yo
y, ante el enigma cósmico, deshojo la rosa de mi ciego corazón
y me entrego total, en un rapto de virgen alegría,
a la reveladora y mística belleza de la noche insondable,
con mi alma vagabunda en flor de estrella.
JUAN CERVERA SANCHIS -México-
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