Minous: Era un gato que nació jefe, o con disposiciones para llegar a serlo.
Tenía inteligencia, sencillez y mucha energía. Por las mañanas, si me quedaba un poco más, de la cuenta, en la cama ya estaba él llamándome como un despertador exacto.
Me acuerdo que, en ese tiempo vivíamos en una casa y detrás de la misma teníamos una parcela de terreno un poco salvaje que servía de parking de coches más que de jardín; pero a mi gato le gustaba ese lugar. Había maleza y en el muro crecía la hiedra sin temor a nadie. En la época en que los pájaros hacen sus nidos, precisamente los hacían encima de ese muro.
Un buen día, Minous se le ocurrió trepar por la pared y dejar caer un nido donde había dos bebés mirlos. Yo no sé cómo se libraron de la muerte, creo que fue los gritos de los padres mirlos lo que les salvó la vida.
Yo estaba atareada dentro de casa cuando sentí unos píos, píos estridentes. Salí al patio y allí quedé boquiabierta del espectáculo que vio mis ojos.
Mi gato sentado con aire triste y dos pájaros negros delante de él chillándole. Creo que lo estaban insultando, así me lo pareció a mí.
Naturalmente que merecía los insultos e indignación de unos padres que les habían destrozado su nido.
Mi gato entendió a estos padres y, aunque él siendo más fuerte hubiese podido de un zarpazo aniquilar los susodichos pájaros no lo hizo y estuvo pasivo esperando que estos padres terminasen de decir sus agravios y se fuesen.
Así era mi gato de inteligente. Y si su instinto de cazador lo llevó a tirar el nido, su sabiduría de jefe gato comprendió a estos padres que defendían su progenitura.
Entretanto, los bebés pajarillos se habían refugiados en una habitación especie de cochera que había al fondo del patio. Allí iban sus padres cada día a llevarles comida.
Esta es una de las tantas anécdotas que tengo de Minous. Sé que era jefe porque su rabo siempre lo llevaba levantado, señal inequívoca en los animales de su especie. Muchas veces, de noche, venían otros gatos al patio hacían un corro y mi gato se ponía en medio de ese corro presidiendo la reunión.
Nunca supe si estas reuniones eran simples tertulias de amigos o mitin político. Lo que sí puedo asegurar es que nunca lo vi pelear con otros gatos, era respetado por todos.
Para mí fue sumiso y cariñoso, me hacía mucha compañía. Yo le hablaba y parecía que me entendía, pues me contestaba con sus melosos maullidos.
Un día se fue y no volvió nunca más. Tenía once años que para un gato es una edad respetable. Lo eché mucho de menos. Quizás no quisiste que te viésemos morir. Y te fuiste a la nada, sencillo, inteligente como siempre.
ROSA ORDÓÑEZ
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