Tengo sueños, necesito emociones que de alguna vez rompan las aguas mansas, demasiado mansas, a veces traicioneras.
Sutilmente te acomodan en su regazo donde terminas acostumbrándote a pernoctar, dejando tu interior vacío y demasiado hueco para llegar a la plenitud.
Por eso invoco a renovar la ilusión perdida, a recuperarme y dejar de estar tuerta, porque a veces creo que el horizonte e incluso mi realidad no la estoy viviendo desde todos los ángulos.
Pensar en los objetivos que ya no dependen de ti, te llevan y pueden emborracharte con una tristeza embriagadora, y a veces demasiado tediosa que si la miras fijamente te ciega. La vida es diversa, pero los dichosos sentimientos a veces hacen que sólo miremos a un solo punto, que pasa a convertirse en obsesiones y peligramos en desembocar en una enfermedad crónica. Quiero prevenir esta situación, dejar que la razón por fin vuelva a seducirme y colocar a un lado lo ineludible, aceptando la única realidad verificable: el destino.
Qué arduo se hace aceptar su existencia irremediable. A veces me gustaría conocer qué porcentaje depende de mí y cuánto de él. Me pregunto cómo está repartido el futuro de mi vida entre el señor destino y yo. Quién tiene más poder en esta empresa en la que todos estamos obligados a pertenecer. Pero me temo que estamos hechos para vivir sin libros de instrucciones, con el único deber de caminar, y con una única certeza, el lugar donde se encuentra la meta: nuestra última estación.
Escrito un caluroso y a la vez frío mes de Julio.
Paola del Castillo -Algeciras (Cádiz)-
Publicado en la revista Tántalo 65
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