Llegó al fondo del océano y comprendió, horrorizado, que seguía vivo. Por primera vez, las malditas branquias artificiales habían funcionado. ¿No podía haberse ahogado como los demás?... Ahora los carceleros vendrían a buscarlo para continuar con los dolorosos experimentos.
Claudio Biondino -Argentino-
Publicado en la revista Ficciones Argentinas
No hay comentarios:
Publicar un comentario