¿Añoras, quizá, el tiempo
preexistente al divorcio, en que oscilabas
de la furia y la paz entre nosotros
a la tensión y la amargura en casa?
Era época de extremos,
negra la noche, fulgurante el alba,
rompiendo en luces frente a nuestra cita
de la media mañana.
Quizá el amor prohibido
multiplica las ansias,
y despliega salvajes maniobras
que la fidelidad legal no alcanza.
El amor conyugal es el contrato,
la oferta y la demanda,
ya a plena luz del día, entre quehaceres,
o de noche, entre sábanas.
El amante genuino
ni asedia ni reclama;
simplemente se ofrece,
recibiendo a ciclón y llamaradas.
Sólo ama de verdad quien nada espera,
tal como yo te amaba,
tal como tú lo hacías, dulce adúltera,
hasta que, en libertad, te hiciste ráfaga,
e ignoraste confines,
y comenzaste a ver otras pisadas
en el sendero que era tuyo y mío,
del que te has bifurcado, y te me escapas.
Yo permanezco en él, aun yendo solo,
sin meta, sin programa,
manteniendo esa luz inextinguible
a base de dolor y de nostalgia.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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