Pronto se interrumpirán las comunicaciones. Los esqueletos metálicos, los armazones de los que habían sido considerados nuestra última esperanza, tapizan el suelo floreciente en tejido pútrido y nauseabundo que continúa avanzando. No hay golpe mortal que pueda detenerlos, el sudor salado y frío y la desesperación se apodera de nosotros. La última comunicación llegó cortada. En ella las estadísticas desfavorables daban cuenta de un número insostenible de bajas. La materia blanda de nuestros enemigos, en teoría no debía significar ningún contratiempo para estos artilugios de acero y titanio reforzado. Incapaces de doblegarlos, la distancia de seguridad sigue reduciéndose. Mi concentración, −perdida entre las pantallas que nos conectan al exterior y los restos de la postrera campaña de reclutamiento colgada de la cartelera y que acompaña los mapas y las imágenes de un pasado distinto, cosecha de antiguas victorias−, es interrumpida por la irrupción de los niños. Intento aparentar la tranquilidad que estamos perdiendo. Debemos ocultarles el sufrimiento, son nuestra única esperanza. La educación y crianza de nuestros retoños deprime tanto, que las mujeres prefieren ser esterilizadas y sólo unas pocas se arriesgan a parir. El juego entre las piezas robóticas, vestigios de aquel primer prototipo de nuestro armamento, parece fascinarles. Les divierte el juego de pinzas, el impulso hidráulico, las pantallas de visión nocturna y el ritmo acelerado de su avance. Por el rabillo del ojo observo cómo lo desarman antes de lanzarse contra nosotros, somos la presa más fácil, nunca hubiéramos sospechado de los nuestros. . Una capa, como de niebla, me impide ver. Vislumbro la luz infrarroja, casi extinta, del armamento, los focos se agotaron ya. Creímos poder vencer. Les hemos infravalorado.
Carmen Rosa Signes U. (España)
Publicado en la revista digital Minatura 120
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