sábado, 4 de agosto de 2012

JÚPITER DE ARENA


La vimos pequeña, frágil a la luz de los cometas que la rodeaban, completamente azul, ahora era solamente agua y nosotros extranjeros en busca de una nueva tierra. Cada nave tomó su rumbo, cada explorador fijó su horizonte. Marte estaba superpoblado. Debíamos ir más allá, llegar hasta Júpiter. El tiempo se mide distinto en el espacio, todo parece más lento, la añoranza por el día es algo pegajoso que se extiende lentamente hasta teñir el ánimo.
Pasaron semanas hasta llegar a Júpiter. Descendimos donde había otras naves, todas sin vida, sin rastros de humanidad. Caminamos por las enormes dunas, desiertas e imponentes bajo una luna violeta. No encontramos ningún ser humano o alienígena.
En uno de nuestros recorridos hallamos un pequeño lago. Cerca de él, un insólito bajorrelieve, casi escondido en la arena, con una secuencia de extrañas figuras, mitad pez, mitad ave.
Los días siguientes fueron iguales: arena y más extrañeza frente a un paisaje que sólo ofrecía silencio. Sí encontramos más bajorrelieves, ocho en total.
Una noche desperté por unos ruidos guturales. Salí de la nave. Una espesa niebla arrasaba la superficie. Llamé a mi familia. Nadie respondió. Seguí caminando hasta sentir que la arena bajo mis pies se ponía pesada, tanto, que estaba descendiendo. Lo último que vi fue el cielo estrellado. Me encontré en un espacio reducido, oscuro y asfixiante. De repente una lluvia de arena abrazó mis piernas, mis brazos, mi cuello y por último, mi cabeza. A lo lejos el sonido de extrañas criaturas, defendiendo lo propio.

Majo López Tavani (Argentina)
Publicado en la revista digital Minatura 119

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