Caminaba sola por el bosque. Lara había oído multitud de leyendas sobre los extraños seres que allí habitaban y pese a que sentía un miedo atroz, la curiosidad era más poderosa. Se había cansado de ser la chica excéntrica del pueblo vestida de negro y con libros raros bajo el brazo. Tal vez si los relatos fueran ciertos, en un lugar parecido al que describían esas historias que había llegado a leer una y mil veces, que había logrado vivir en su cabeza, encajaría más que en el mundo que le había tocado vivir.
Un misterioso ruido la abstrajo de sus pensamientos. Parecía como el crujir de unas ramas al ser pisadas. Su corazón empezó a palpitar de forma acelerada. Miró rápidamente en todas direcciones y no pudo ver de donde procedía el ruido. “Debe ser producto de mi bulliciosa imaginación” pensó. Avanzó unos cuantos pasos más y de nuevo el ruido, seco, cercano. Esta vez, ya no dudó, no creía estar perdiendo la cordura.
Apartó un frondoso helecho que estaba frente a ella, justo a sus pies y lo vio. Un pequeño duendecillo con cara de dolor, se quejaba en silencio de su diminuta pierna. La imagen enterneció a Lara. Se agachó dispuesta a ayudar al pequeño personaje cuando sintió un tremendo tastarazo en la cabeza. De pronto todo se volvió borroso. Podía oír agudas voces a su alrededor y notar como pesos que por sí solos podrían haber sido insignificantes, provocaban una presión en su pecho que le hacía difícil el poder respirar. Sintió que estaba atada, muy fuerte, no podía moverse y unos pequeños pinchazos que pronto reconoció como mordiscos.
Aturdida como estaba por el golpe pensaba que no podría escapar de semejante tortura cuando oyó la voz de un hombre a lo lejos.
-! Ayuda ¡- Acertó a decir con un hilo de voz.
Por suerte hizo el ruido justo para ser oída y sin saber muy bien como, pocos minutos después estaba a salvo, fuera del bosque, asustada, pero de camino a casa. Y desde ese momento la de Lara no sería sino, una más, de las leyendas acerca del bosque.
AZAHARA OLMEDA
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