domingo, 28 de febrero de 2016
LOS TRES ENEMIGOS DEL ALMA MODERNA [1] [EL PERIODICO]
(Artículo de 1921)
Nunca ha estado el espíritu del hombre en peligro como en los días que corren. Basta pensar, para apreciar esto, en el papel que desempeñan en la vida de todo quisque estos tres artículos de primera necesidad: el periódico, el cinematógrafo, el teatro.
Nos hallamos en Buenos Aires. Miremos bien en torno nuestro. ¿Qué vemos en material de periódicos? Ahí están los diarios de la mañana, los diarios de la tarde. ¿Qué dicen, qué mensajes nos traen del mundo exterior? Veamos.
En primer lugar, los cables en los de la mañana son muchos, son de una abundancia abrumadora. Y parecería que, leyéndolos, se pondría uno en contacto con todo lo que hay de movimiento, de marcha, de latido, de jadeo, en el alma convulsa del mundo. Leamos. "Actualidad política y social de España". Este es el título de una sección que nunca falta. Y uno piensa: Aquí voy a hallarme con lo más interesante de la realidad española actual. Pero... ¡ay! Aquí de los versos llorosos de Acuña: "Camino mucho, mucho, y al fin de la jornada..." Al fin de la jornada... lo de ayer, lo de anteayer, lo de siempre. Que si la Cierva dijo o no dijo... ¿Qué demonios puede decir la Cierva jamás que valga la pena? Que si la Cierva, que si Allende Salazar, que si Sánchez Guerra, que si Maura, que si el ministerio conservador, que si el liberal, que si sale Perico y entra Juan, o sale Juan y entra Perico. Y en tanto, la verdadera realidad española, la honda, la trágica, la de Unamuno, la de Araquistáin, la de Baroja, la de los estudiantes, la de los obreros, la de los pintores, la de los agitadores, la España viva, en fin, que tiene un camino que andar y lo está andando ya, rápida o lentamente... de esa España, ¡nada!
Y nada tampoco de Italia. Porque ¿quién que no se pierda nunca un solo cable de los de la Associated, la United o las Havas, puede exprimir del clisé diario italiano que sirven estas agencias, nada que autorice a decir: Sé lo que piensa, sé cómo vive, sé qué color tiene la Italia de hoy? ¿Qué sucesos, qué figuras, qué cosas son las que pasan por la monótona pantalla de estas agencias cablegráficas? Precisamente las de menor importancia, las más descoloridas, aquellas cuyo contenido ideológico es tan pobre que produce sueño.
Y si de Italia pasamos a Estados Unidos... ¡horror! ¿Cuántas veces a la semana nos vemos obligados a desayunarnos con la misma baba mental caída de la boca gárrula de ese invertebrado, neblinoso y casi inexistente Mr. Harding? ¡Dios mío!, que nos digan en buen hora lo que ocurrió de particular a un la Cierva, a un Harding, a un Poincaré, a uno cualquiera de estos absurdos hombres fofos que aún quedan al frente de los destinos humanos; que nos digan si enfermó, o se batió, o se cayó, o entró o salió o le partió un rayo, o... ¡en fin! cualquiera cosa de esas que sea un hecho, un hecho concreto donde fijar la atención. Pero que nos cuenten ce por be lo que pensó, lo que dijo un infeliz analfabeto de estos cuya mentalidad es la de un pavo o un caracol, es el colmo de los atropellos. Y si al menos nos lo contaran una vez ... Pero no, son cien y mil vueltas y más vueltas que les dan todos los días las condenadas agencias a estas cosas piramidales.... ("tengo entendido que nuestras relaciones con Sur América han de ser cada vez más cordiales", "veo con regocijo que la situación mundial tiende a normalizarse"..., "de la buena armonía entre el trabajo y el capital, depende el éxito de nuestra industria"... etc., etc., etc.) que los solícitos y plúmbeos corresponsales sorprenden en la invariable e inevitable explosión de idiotez de los estadistas trogloditas que, por una sangrienta ironía de la historia, manejan ahora los grandes asuntos de los grandes pueblos.
Pero, fuera de los cables, puede, ¿no?, que haya otras cosas de enjundia en los grandes diarios matutinos. A ver. Ya hemos mirado. ¿Qué hemos hallado? Paja. Notas parlamentarias, mero reporterismo rutinario; notas policiales; notas sociales; alguno que otro artículo de colaboración en que muy de raro en raro se percibe un tímido arrebol de pensamiento. Grandes firmas, firmas consagradas, firmas de alto copete oficial. Los Poincaré, los Nitti, los Hanoteaux, los Max-Nordeau; mucho lustre, pero ninguna lumbre, porque ya es sabido que el gran sello oficial no cae jamás sobre lo que tiene alas de rebeldía, sobre lo que tiende a empujar el carro de la vida hacia el sol de mañana. Y el viaje es largo desde la primera hasta la última página, y uno está cansado y le duelen los ojos... pero en ningún momento del viaje nos hemos podido detener ante ninguna cosa que compense del tedio atroz de tanta borra.
Pero... Ahí están las revistas. Ahí está la... el... no las mencionaremos; ¿para qué, si todas son iguales, si todas dan la misma nota? Todas elegantes de formato, todas repletas de ilustraciones llamativas, todas rollizas de información gráfica y literaria de la actualidad. ¿De la actualidad, habéis dicho? Sí; pero ¿de qué actualidad? ¡Ay! de la más trivial, de la más adocenada y cursi. La señorita que se casó, el caballo que ganó, el diputado o doctor que deslumbró a sus oyentes con la declaración atrevida de que "el día es más claro que la noche", o que "el polo es más frío que el ecuador", la venida resobada del gran Alfonso XIII, etc. Tienen, sí, un gran afán de amenidad estas revistas; no dejan escapar ninguna nota que suministre pasatiempo y recreo a sus lectores. Pero ¿es que hay en el mundo nada más aburrido que la amenidad periodística? ¿Qué es esta amenidad, sino trivialidad, ausencia de sensibilidad y comprensión ante el lado serio y real de la vida? ¿Y a quién que no esté muerto puede interesarle lo que, a fuerza de huir del tumulto humano donde está el drama nuestro, el drama de todos, para sólo resbalar sobre la superficie, no nos saca jamás de ese círculo infernal de las frivolidades convencionales en que toda la necedad humana se viene acumulando por siglos de siglos?
Pensando en la índole de esta clase de prensa, se me ocurre preguntar: ¿por qué leemos estas revistas? ¿por qué, si nada contienen que no sea ameno, esto es, tonto, ruin, tedioso hasta tumbar de espaldas, no nos hacemos pagar por leerlas en vez de pagar nosotros?
En realidad el papel de estas revistas no consiste en proporcionar lectura al lector, sino un vehículo de propaganda al avisador. A ellas no les importa gran cosa el atraerse lectores; lo que les importa por encima de todo es conquistarse anunciadores. Su negocio no está en colocar tantos o cuantos ejemplares, sino en captarse el favor de tales o cuales anunciadores. En suma, ellas no están en el mundo para servirle al ansia de lectura del público, sino para servirle al anunciante, que es el que las trueca de pobres en ricas. A un director de una de ellas, le dije yo, muy candorosamente, hace algunos días: --Si ustedes le prestaran atención a Lima --donde no hay revistas--, alcanzarían allí una gran circulación. Él se echó a reír y me contestó: --¿Pero usted no sabe, amigo, que a nosotros no nos conviene circular ni con un solo ejemplar más? --¿Por qué?-- pregunté yo asombrado. --¡Oh! pues porque nuestra ganancia no está en vender más ejemplares, al contrario, cada ejemplar más nos significa una pérdida; nuestro negocio está en el aviso y, en cuanto a éstos, ya hemos llegado al máximo de precio...
Estas palabras brillaron como un relámpago en el abismo de mi candidez. Estos periódicos --me dije-- no son tales periódicos en el sentido clásico de la palabra: son simplemente empresas de avisos. Y es claro, su material de lectura no puede ser sino como es, insustancial, baladí, sin olor, ni sabor, ni color determinado. Porque, si así no fuera, es evidente que se expondrían a chocar, por aquí o por allá, con los intereses o preocupaciones de éste o de aquél importante anunciador. Por consiguiente, mientras más anodinos sean, menos chocarán y más anunciantes tendrán.
Ahora bien, ¿no es horrible pensar que haya millones y millones de almas --hombres, mujeres y niños--, que por único alimento espiritual no cuenten sino con esta mísera e idiotizante bazofia? ¡Y todavía se les paga, todavía les pagamos, encima, por tomarnos de viles instrumentos para su jugoso negocio de anuncios; por poner, como ponen, entre nosotros y el mundo la tapia formidable, la odiosa, la fétida muralla de grasa de su mediocridad! Ya que necesitan lectores, porque a mayor tiraje menores anuncios, ¿por qué, pues, no los pagan?
Pero con todo y ser tan malo esto de los periódicos, aún quedan cosas por ahí mucho peores, aún queda el cinematógrafo, aún queda el teatro, otros dos espantables enemigos del alma, de que pienso decir también alguna cosa, --para que no se enojen,-- en el número próximo.
Publicado en el blog nemesiorcanales
Compartido por Osvaldo Rivera
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