domingo, 25 de octubre de 2015

UN CRIMEN DEMASIADO HUMANO


Me abro en tus silencios. Descubro ahí tu suerte de gaviota y marejada. Me inclino para el lado más sensible de tus ojos y ruego verte sin sospechas, con tus brazos apenas tendiéndose, como un puente donde reposar la desnudez del alma.

Repito un día gris para no absorber la multitud que te ofrendó un aleteo amoroso, el oráculo donde cercenaste tus costumbres por un centavo de lata y una tardía nostalgia.

Así redescubro tu pasado a cuentagotas, como un animal silvestre en su bosque redentor, o esa pequeña cercanía a lo cotidiano, donde una gota de lluvia me sabe a beso amargo o a una cópula donde yacen los gemidos con su bastarda indiferencia.

Pero me abro a tu corazón nocturno, a ese grito que desmenuzaste fuera de toda órbita. Me abro a tus pies como una flor de otoño, y derramo en tu sangre mi caída imagen de terciopelo y ruiseñor de sombra nada venturosa, como el letargo esperándome en su región más añeja o en sus días más tibios en su lodazal.

Mi alma es tuya. Te pertenece como la sal al fuego de los mares mediterráneos. Ni un resquicio de mí es de otras latitudes. Soy tuyo a la brevedad y a lo impostergable. Me defines como tu infinito. Y yo te contemplo, azorado y pálido, como mi musa perfecta, como mi salvación eterna.

Y no me callo nada en este hermoso cuento, en esta primavera donde el sol aterriza en tu memoria, mitad asombro, mitad desecho, pero yo sigo a tu lado, y aunque caiga de rebote el último graznido de la noche, así te pido de rodillas cuelgues en mí tu vasta soledad y tus esencias perfumadas de nácar y quebranto.

German Janio Rodriguez Aquino

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