domingo, 25 de octubre de 2015

MORIRÉ DE CABALLOS


Moriré de caballos, de pedradas azules,
con la patria en mis ojos y la flor enmohecida de todos los fracasos;
en Vallejo trilceando aguaceros temibles…
Cisneros con sus osos mordiendo catedrales,
Boccanera y las bestias de todos los hoteles.
Moriré de luciérnagas y el ruido de la lluvia sobre el techo de chapas de la casa en mi pueblo, Salgari, Sandokán, Kanmamuri y los tughs en la jungla más negra de la tierra:
Joseph Brodsky durmiendo con Donne y los halcones,
Ungaretti volviendo del mar de las serpientes,
la muchacha y sus pechos bordados en mi almohada y Nippur de Lagash galopando.
Moriré de Oesterheld, Eternauta del cielo, los gurbos deletreando la voz del universo,
Francis Ponge y el verso desangrado en la piel memoriosa del cadáver del ángel.
Moriré de Almafuerte, muerto y vociferando, aunque el siglo lo encierre con hordas homicidas, con los valses de Strauss y las zambas del Cuchi ardidas en las siestas del quebracho y las catas, los murales de Orozco, las manos de mi madre, el tapiz memorioso de mi imaginería, Guayasamín, sus lunas de colores en la piel de sus brazos.
Moriré en los ausentes, los que no irán a verme, porque escarbo sus bofes a puñalada limpia,
o irán a mi velorio a saber si estoy muerto, si huelo, si es cierto que en mi cabeza rugen tigres de arena, que emana una vertiente de vinos, y en los ojos titilan sin cesar espejos relucientes;
mi cadáver
irá como la vida
retozando.

HUGO FRANCISCO RIVELLA (Rosario de la Frontera-Salta-Argentina)
Publicado en la revista Gaceta Virtual 106

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