Bajo la sombra de una ceiba centenaria que protege a miles de ásperos
y fríos adoquines, cientos de palomas que zurean ahítas de maíz; se soslayan caminantes
entre, vagabundos, fotógrafos, caricaturistas; vendedores de tinto y de poetas; feriantes de paletas, emboladores, proxenetas; corredores de seguros, raspadores de hielo, raspachines de coca; mujeres glamurosas y preciosas, comisionistas, vendedoras de cometas…
Parque frío tapizado de argamasa, ralo de verde naturaleza; guarida de amantes
Furtivos; Pista de párvulos jinetes de una llama de los andes.
Telón de fondo para la foto de un postillón inocente sobre una inerme jaca.
Pasarela de prepagos coquetas.
Zoco disperso y bullicioso. Transida morada de breves momentos y recuerdos.
Marco de coloridas bombas de helio tan livianas como segundos.
Jardín de bambúes y moriches, tamarindos y mangos y de
un guayacán enano entramado como toda la humana geografía,
que describe allí la historia de sus mundos.
Saltimbanquis. Pordioseros. Jugadores de ajedrez. Moribundos de a pie, y en silla de ruedas. Fotógrafos sin memoria y sin archivo. Desplazados errabundos. Todos habitan una
Plaza sedienta del agua pútrida de su fuente. Inerte refugio de fallidas esperanzas. Servidumbre de músicos, doctores y corruptos, de fieles, infieles y beatos.
Yo…sigo aquí pensando bajo esta inmensa ceiba que al empezar la noche difumina sus colores:
¿A donde irán palomas, adonde aquellos niños y sus fugaces bombas? ¿A donde los loteros de piernas putrefactas, vendiendo, los boletos de efímera esperanza?
Parque aterido de grises y fríos adoquines; mañana tu ceiba volverá a ser verde
moteada por la luz del día. Tu música se volverá a oír en campanadas, acompasando el heterogéneo murmullo de sus habituales visitantes desteñidos de colores.
Jorge Hernan Aristizabal Valencia
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