Nunca había creído en Dios; pero el día en que contempló los frescos del techo de la Capilla Sixtina, el hombre creyó en la eternidad, en la suya. Desde entonces, cada vez que la desesperación ronda por su vida, el ateo mira para sus adentros y se recrea en las maravillas de las pinturas de la cúpula de su
capilla interior; mientras tanto, la desesperación se desespera esperando que la eternidad termine algún día.
Del libro El espectáculo más hermoso de
SALVADOR ROBLES MIRAS
Publicado en Los libros de las gaviotas
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