A Palma de Gandía, mi pueblo,
que por su cielo la brisa canta,
envuelta en agradables fragancias
de la flor de azahar,
aspiro el aire que reina su ambiente
y en silencio conmueve el alma.
El peso de los recuerdos
se hace presente a través de los años,
cuando el dulce canto de los pájaros
se dibujan por la distancia,
divulgando sus melodías
por los paisajes del río,
y los senderos que conducen
al legendario castillo,
donde el tiempo se hace historia.
Y más bien parece un sueño,
cuando los vientos otoñales
colorean sus rojizos atardeceres,
hasta que la calma asoma
mientras las sombras crecen,
y la noche llega sigilosa
con su onírico manto de estrellas.
Un soñado paisaje que añoro
y a propios y extraños enamora.
Ricardo Miñana
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