Los dedos de los pies son un lugar privado.
Por razones geográficas e históricas
les encanta pasar indadvertidos.
Reticentes, por norma,
al exhibicionismo y la inmodestia
que hay en las sandalias,
prefieren el amparo
que brindan los botines, alpargatas y zuecos.
La intimidad oscura en donde tejen
sus claras intenciones.
Allí dentro la vida, si se sabe llevar,
es un asunto simple.
Se trata de tener
un lugar donde ir o, en su defecto,
conocer un lugar para quedarse.
Se trata de esquivar los pisotones,
de mantener el ritmo en los desfiles,
en la pista de baile,
o al golpear el suelo debajo de la mesa.
Se trata de cargar el peso sin quejarse,
de aprovechar el sitio disponible,
de aceptar el rigor del contrafuerte.
Se trata, a fin de cuentas,
de esperar a que acabe la jornada
para dormir descalzos
mejor sumando veinte, si es posible.
Minúsculos bastones de zahorí.
Dejarse conducir por ellos
es abrirse camino en uno mismo.
Del libro Cuestión de horas de
INMA PELEGRÍN -Lorca-
Publicado en Luz Cultural
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