jueves, 29 de enero de 2015
IV
Neuralgias de testa endiablada
Tallan tu alma rubicunda y carenada
Bajo el velo rojizo del cielo
Alimañas cercenan el ocaso de la tarde.
Ni si quiera en el infinito sabremos
Del desenlace de tus miedos
Apacentando en las mesetas agrestes
Cuan montaraz damisela que espera paciente.
Hay cuerpos desparramados en la arena
Y salitre en los rostros
Suena la plata cliquear sobre el marmoleo suelo
Mientras los vientres sacian la gula de su ponzoña.
Marcha, no te detengas
Síncope pido en mi garganta
Arremolinando tu bella efigie, recortada en sombras
Hundiendo el gélido acero en su costado fiel.
No son aquellos los que lapidaron al ladrón
Ni siquiera los que clamaron venganza
Acaso tenían sus manos límpidas
Apenas pueden levantar sus fauces al cielo
Sin morir en el lamento de sus cargas
Dejan pasar el río, dejan escabullir su ruido
Con la mirada perdida de quien se ahoga en hiel.
De Aquel Otro Tiempo Dorado incluido en El último viaje de Zaratustra de Santiago Pablo Romero
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