Es madera vieja y árboles caídos
Riqueza ríe, del esquivo abrazo de latón
Plata cenicienta, vello erguido en el piélago
Aquiescencia fortuita sin mesura.
Hierven las alacenas de soledad
Y tú lacrimal adolorido, te achicas
Con el estupor de una mano temblorosa
Hallando espacios, distancias que trepan
En la escorada noche, traicionera, cómplice.
He visto a los niños, sucios de lodo,
Mirarme con su inocente sonrisa, a mi paso
Lastimando mi porte de nívea pulcritud
Desnudo he sentido caer el alma a sus pies
Pretéritos anómalos esbozan su dictado
Pastiches de prójimos fatuos, de rojo satén.
El hálito es justo, las garzas duermen
La gramola se pierde, es arroz humedecido
Sube la linterna, sube sobre la inmensidad
Describiendo un adiós de tiempo dorado
Asimétrico en las grafías, las runas se soslayan
Y de manos vacuas, ninguna cuenta, ambicionan.
Del libro Aquel Otro Tiempo Dorado de
SANTIAGO PABLO ROMERO -Triguero-
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