Sorprendido me quedé
al golpear la piedra
y verla romperse en tres pedazos.
En cada uno se escondía
un flor celeste brillante
que nunca había visto.
Al tocarla los pétalos
se deshicieron en un polvillo
celeste que se introdujo
en mi cuerpo a través de los poros.
Poco a poco me fui poniendo
celeste de pies a cabeza.
JOSÉ LUIS RUBIO
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