La rubia calavera
del silencio
ríe verticalmente
en la esencia
del aullido.
La duda, ya pulida,
se vuelve mujer.
La mañana
sigue colgada
de mi ventana
en el onanismo existencial
de la sonrisa
de la gárgola.
De tus labios brotan
con implacable certeza
los peces-horas de nimios colores
y caen, despiadados,
sobre mi piel que envejece
lo mismo que la Psicurgia
que suicida el pensamiento.
De mi sangre
nace otro mundo:
La Muerte me hizo
un dios.
VÍCTOR DÍAZ GORIS.
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