Dejé junto a la cama
las piernas y los brazos
y fui pasando las hojas
del libro a golpes de párpados
mientras que con la pelvis
movía las sábanas.
Entreabrí los labios
para mandar un mensaje
al ordenador
que obedeció instantáneamente.
Unos minutos después
golpearon en la puerta.
Mentalmente comuniqué
que la puerta estaba abierta.
Entró, ella, la robot G-24
con una bandeja llena de zumos
verdes, rosas, anaranjados.
Bebí uno tras otro
mientra G-24 cantaba
una nana sedante
que adormeció mi cuerpo.
JOSÉ LUIS RUBIO
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